Si traducimos la palabra Bluff vemos que significa, en términos
geográficos, risco, peñasco, acantilado o despeñadero, pero también significa fingir,
aparentar, engañar. Ambos significados tienen validez para esclarecer el nombre
de El Bluff. Por un lado vemos, conociendo su geografía, que al navegar hacia
el puerto por su parte sur, solamente se observa un gran acantilado, y por otra
parte, si un navegante entra por primera vez, se lleva una gran sorpresa al
admirar la belleza del paisaje al adentrarse en la bahía pasando por la barra
del puerto.
Según Juan Ramón Acosta, en su libro El Bluff de doña Luz y sus cuentos fieros, “su nombre se debe a la ubicación geográfica y no de un nombre expresamente escogido y que represente otra
cosa en el mapa de Nicaragua. Es mal llamado el antepuerto de Bluefields, porque tanto el uno como el otro
es un puerto en sí, nada más que de diferente función. Hay que tomar en cuenta
que la palabra Bluff significa en
cualquier diccionario, entre otras
cosas, un punto geográfico cuya particularidad relevante consiste en que es una
colina escarpada, que tiene por un lado, la influencia del mar y, por el otro,
la influencia de un rio. En el caso del Bluff concurren ambas cosas, ya
que el remanso de su bahía es la
desembocadura natural del río Escondido y por el otro lado, está el mar abierto”.
Doña
Luz Gómez, conocida como mamá Luz, fue una persona humilde, pero chispeante y dicharachera,
manejando siempre a flor de labio esa manera muy particular de decir las cosas y cuya gama de valores y
forma de expresarse, heredó a su hija, doña Leonor Gómez. Doña Leonor quiso
contar un día la historia del Bluff con una parte de los recuerdos de su Mama
Luz con su personal aportación, pero falleció en Corinto y le tocó a su hija
Dora Luz Gómez, hacer el relato de los cuentos fieros acaecidos en el Bluff,
que no son más que el reflejo de su pueblo hasta el año 1974, fecha en que se
trasladó con su familia al puerto de Corinto.
En los albores de los años 40 del siglo pasado se comenzó a
consolidar la población en el Bluff y el panorama era desolador. Había ya
algunos pobladores que Doña Luz, también una de las primeras, ya conocía, entre
ellos los siguientes:
Juan Huerta: Era conocido como el mandador debido a que
ejercía esa labor en El Cocal, propiamente en la parte donde se encuentra
ubicado el faro. Según doña Luz, ocupa uno de los cinco lugares en la lista de
primeros pobladores. Fue empleado de la familia Bustamante desde que llegó al
Bluff desde su natal Kurinwas. Juan Huerta y su esposa tuvieron tres hijos: Evaristo,
Victoriano y doña Eulogia, muy conocidos en el puerto.
Los Bustamante: Son los miembros de una familia muy conocida
tanto en Bluefields así como en el Bluff, destacándose entre ellos, la insigne
maestra Doña Carmelita Bustamante, quién alfabetizó a muchos de los nacidos en
el puerto y, por tal hazaña, merece el título de hija dilecta. Doña Carmelita
siempre recordaba que su alumno más difícil fue Silvio Lacayo Marenco, el
popular Macho Silvio, quien en un abrir y cerrar de ojos de la venerable maestra,
se le escapaba en un cayuco de los Sambola, rumbo a la isla de Miss Lilian a
ver a una novia.
Otros notables pobladores de antes de los 40 fueron don
Abraham Rodríguez, conocido como Tapalwás, por ser originario de un poblado
chontaleño con ese nombre; Míster Abraham Sambola, que al igual que Doña Gloria
Cardoze y Doña Esther Carvajal, también
se cuentan entre los primeros pobladores. Otra insigne dama que debió ser
declarada hija dilecta del Bluff, fue doña Rosa María Gómez, la popular
comadrona del puerto, quien con destreza jaló la cabezota de muchos, quienes
solo a dar guerra vinieron a este mundo.
Doña Luisa Sandino, hoy difunta al igual que su marido, el
coronel G.N., Isidro Sandino, siempre dijo que el Bluff era el lugar donde hasta
el viento se detenía. Ella perenne se mantenía en una banca bajo un frondoso
árbol de Almendro que quedaba frente a la agencia aduanera de Pedro Joaquín
Bustamante, cuyo staff estuvo compuesto por Jimmy Wilson, Pablo “El Turco”
Alvarez y Zoilo “Kansas City” Carrasco. Doña Luisa era una persona muy
chispeante y afable, que se mantenía con
su característico cigarrillo en la boca y la crítica penetrante y mordaz a flor
de labio. Vivía echándole un ojo a las gradas del muelle frente a la casa de la
Juana Angulo, para ver quién osaba pasar ante su presencia. El coronel Sandino y doña Luisa vivieron su momento de gloria cuando
en 1973, el coronel Brenes Luna fue retirado del ejército en franca jubilación,
por lo que Sandino en ese entonces con grado de capitán, pasó a ser el
comandante de la plaza militar del Bluff. Fue ascendido al grado de teniente
coronel y trasladado a Corinto en 1976 como jefe del cuartel militar de ese
puerto, desde donde salió huyendo con sus tropas hacía El Salvador en 1979, al
triunfo de la revolución popular sandinista.
Contaba doña Luz, que la verdadera historia del Bluff
comienza con el nombramiento de Alejandro Peters Vargas como Administrador de
Aduanas, con todo y su título de dedo de Coronel y su uniforme tan almidonado
que parecía una estatua cuando se ponía de pie. La llegada de Peters al Bluff
ocurrió allá por el año de 1918, según documentos recabados de la época y de
ello se infiere precisamente, de que Peters recorrió el terreno desde Cabo
Gracias a Dios hasta finalmente asentarse en el Bluff. Siendo Hernán Cortez, el
famoso Piarrocha, todavía un mozalbete allá por 1934, quien cuenta que estuvo
con su padre por el Bluff y conoció a Peters, que en ese tiempo ya era casi un
sesentón. Piarrocha, auto calificado como gringo-caitudo, señalaba que Peters
se la daba de arquitecto e ingeniero y fue quien diseñó las estructuras del
muelle, las famosas gradas y el parquecito que daba con su casa, ubicada en la
mera loma del Bluff. Por la aduana pasaron dos administradores antes de Peters:
Fritz Halsall y Frank Sequeira, el marido de Doña Mariíta Bustamante y es conocido,
que Peters, hijo de un inmigrante alemán, fue el que ganó fama y fortuna. Entre el staff del coronel Peters en la aduana del Bluff,
catalogados como fundadores, se pueden contar a Charles Bacon, Rafael Montero,
Steven Sambola, Ernesto Morales, Alberto Gómez, Juan Bautista Lacayo, Santiago
Bermúdez, Orlando Lacayo, Bertie Downs, Abraham Sambola, Alonzo “Allie” Allen,
Felipe Alvarez y su hijo Felipe Alvarez Alvarado.
Al margen de cualquier
consideración al respecto, alguna inexactitud, debe achacársele a la bola de
años que tenía Doña Luz al momento de hacer sus cuentos fieros de El Bluff,
dice Juan Ramón Acosta.
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