sábado, 21 de enero de 2017

UN DÍA DE ANIVERSARIO


Joaquín Balles despertó con la detonación de la pólvora, el resonar discrepante de los chicheros y los gritos de los acompañantes entusiastas de la diana que pasaban por la calle polvorienta de su casa ubicada en la zona 2. Su reloj de pulsera —un Seiko 5 Stainless Steel que Rosalba Gámez, su mujer, le había regalado en su segundo aniversario de matrimonio— marcaba las 4:30 de la mañana. Se volvió y la vio en posición fetal al lado derecho de la cama, cubierta por la luz del amanecer que se infiltraba entre las rendijas de la pared de madera. Sin pensarlo, porque siempre lo hacía como un acto reflejo, se aferró a su cintura, pegándosele a las caderas de guitarra que lo hipnotizaron desde la primera vez que la vio bailar música disco en la discoteca Eclipse 2000.

    Mi llave maestra, ¡estás calientito! —dijo Rosalba al virase hacia él.
    Mi cajita de herramientas, volvé a dormirte —contestó Joaquín al levantarse. —Me voy a alistar para regresar al mediodía—.
    Te voy a tener listo el almuerzo de aniversario —contestó Rosalba y volvió a la posición fetal.
    No amor, mejor almorzamos en la barrera —dijo al tomar una tolla.

Joaquín salió al patio en calzoncillos, caminó con sus chanclas sobre una alfombra roja natural, corrió el plástico negro del baño, se echó varias panadas de agua amanecida. La explosión en el piso embaldosado alborotó una nube de cotorras que alzaron vuelo, cantando desde las ramas de los árboles de pera de agua que lo cubrían. Con la toalla se removió el frío de la mañana y, por un instante, se sintió el hombre más dichoso de Nueva Guinea.

Regresó al cuarto, se vistió para el trabajo, calzó sus botas de guardia y besó con sutileza la mejilla a Rosalba para no despertarla. En la cocina se preparó una taza de café y calentó frijoles fritos con una tortilla para desayunar. Se sirvió el plato y antes de probar un bocado se puso a orar: “En este nuevo día te alabo Señor y bendigo tu nombre, te doy gracias por mi esposa y por el trabajo que puedo realizar día a día. Dame sabiduría para que pueda mantener la calma al pasar el día siendo paciente en todo lo que deba realizar. Te pido que protejas a mi familia cuando entran y salen del hogar, cuídanos y líbranos de todo mal, que seas escudo alrededor de nosotros. Gracias por estar a mi lado, por las oportunidades que me das, por las puertas que se abrirán hoy, gracias por darme tu amor y tu bendición. Amén”. Consumió sus alimentos y se asomó al cuarto. Rosalba dormía en la misma posición.

Abrió la puerta del zaguán, se montó en su jeep WAZ destartalado y al retroceder vio en el asiento trasero el saco de bramante donde había guardado la tarde anterior el utillaje de béisbol que utilizaba con sus amigos para jugar perreras en el estadio. Le dio pereza bajarse y por el apuro de llegar al taller decidió llevárselo. Salió de su casa, subió la cuesta de la escuela, cruzó la pista de aterrizaje, dobló en la esquina del banco y se estacionó en el galerón del taller de Chepe Encendedor.

    Madrugaste—dijo Chepe Encendedor al verlo.
    Sí, me despertó la diana—respondió al ver que eran las 6:45 en el reloj Seiko.
    Estamos de fiesta, hoy se cumplen 20 años de fundación de Nueva Guinea—dijo Chepe Encendedor al abrir la bodega de las herramientas.
    Voy a trabajar hasta el mediodía —dijo al entrar a la bodega.
    ¿Vas a ir a la barrera?
    Sí, con Rosalba, estamos de aniversario —respondió con una gran sonrisa en su rostro.
    Es cierto, felicidades —dijo Chepe Encendedor y se retiró hacia la tienda de repuestos.

Joaquín Balles encendió el bombillo e hizo una inspección panorámica en la bodega. Frente a él, en la pared del fondo, vio las tablas manchadas por la constante manipulación de las herramientas con manos grasosas. En una hilera superior, las llaves planas de dos bocas estaban sostenidas por clavos, ordenadas desde la numeración más baja hasta la más alta. En la hilera del centro, ensartados en una tablilla, los desarmadores de estrella y de tuercas formaban la figura de un escaleno rectángulo siguiendo el curso de su mirada hacia la derecha, y en la inferior, los martillos, mazos, tijeras corta chapa y sierras de metal descansaban en tablillas clavadas de la pared. A su izquierda y derecha vio los cajones tapados. “Todo está en orden”, pensó. Tomó una escoba y procedió a iniciar la limpieza.

    ¡Joaquín!, ¡Joaquín!—escuchó la voz de Chepe Encendedor llamándolo.
    ¡Aquí estoy! —respondió, asomándose desde la puerta de la bodega.
    El camión de Piña se descompuso en la bajada del Perro Negro.
    ¿Quieres que vaya a rescatarlo?
    Sí, sí, pero esperemos que venga uno de los ayudantes.
    ¿Qué le pasó?
    No me dijeron. Llévate una caja de herramientas, la gata hidráulica, sierras y lo que creas necesario.

“Ojalá no sea algo serio, no puedo fallarle a Rosalba”, pensó. Alistó las herramientas y las colocó en la parte trasera del jeep WAZ. Moncho, uno de los ayudantes de mecánica que laboraba como aprendiz en el taller, apareció y le pidió que lo acompañara.

    Me llevo a Mocho —le dijo a Chepe Encendedor cuando encendía el jeep.
    ¿Llevas lo necesario?
    Eso creo —respondió y salió de la galera
.
Se detuvo en la esquina de la pista de aterrizaje, dobló en dirección hacia la alcaldía y bajó por la cuesta de la Policía hasta llegar a la gasolinera de don Jesús Balles. Dos camiones estacionados en sentido contrario no le permitieron doblar hacia el puente del río El Zapote. “El primer atraso”, pensó y se bajó del WAZ para ver qué sucedía. Caminó hasta encontrarse en el centro de la calle, a ambos lados de los camiones.

    ¡Hermano Joaquín! —dijo uno de los conductores.
    ¿Qué sucede?
    Nada, Joaquín, estoy esperando pasajeros.
    ¿Y a ése que le pasa?
    Están descargando productos para la veterinaria de al lado.
    Hermano, adelántate un poco, déjame pasar que llevo prisa.

Manuel movió el camión unos metros hacia adelante. Joaquín avanzó despidiéndose de él con las manos por encima de la capota y pitándole. “Ve que frescos son estos choferes”, le dijo a Mocho y aceleró. No se detuvo en el puente de El Zapote porque la vía estaba libre y siguió avanzando hasta el empalme de El Verdún. Vio su reloj Seiko y marcaba las 9 de la mañana. “Agárrate fuerte”, le dijo a Moncho y volvió a acelerar al doblar el empalme. El río La Sardina lo pasó volando, dio un frenazo en el empalme de Yolaina porque varias personas cargaban sacos de yuca en un camión. Escuchó los gritos y saludos al pasar, no respondió pero hizo señas. Manejaba concentrado en la carretera de macadán y, al doblar en la vuelta de la finca de Donald Ríos, volvió a acelerar a fondo para subir la cuesta. “Agárrate”, le dijo a Moncho. Una mujer con un niño en sus brazos le hizo parada en El Paraisito, disminuyo la velocidad y, sin detenerse, le gritó que iba hasta El Perro Negro. “Si no tuviera tanta prisa le daría raid, pobre mujer”, le dijo a Mocho que iba aferrado como garrapata en el asiento. “Ya estamos cerca”, respondió Moncho sin dejar de sostenerse. En la bajada comenzó a frenar, las fricciones del jeep chillaron y, al dar la primera vuelta, antes de la alcantarilla, vio al camión varado a un lado de la carretera.

    ¿Qué sucedió? —le preguntó Joaquín al chofer del camión.
    De pronto escuché un ruido feo y casi me salgo de la carretera —respondió el chofer.
    Trae la caja de herramienta —le indicó a Mocho.

Joaquín se colocó de cuclillas frente al guardafangos izquierdo del camión para inspeccionarlo. Con su mano derecha tomó la barra de la dirección y, al moverla de abajo hacia arriba, descubrió que la muñequilla estaba desprendida. Se dio cuenta que debía improvisar para trasladar el camión hasta el taller.

    Es la muñequilla —dijo al levantarse.
    ¿Qué hacemos? —preguntó Mocho.
    Hay que sostenerla para trasladarlo al taller —respondió.
    ¿Te sirve un hule de neumático? —preguntó el chofer.
    Si, con eso la volvemos a acomodar—respondió Joaquín.

Mocho acomodó la gata, suspendió la llanta y Joaquín la removió. Procedió a enganchar la muñequilla y con el hule, cubriéndola varias veces con la barra, la volvió a fijar. Miró el reloj y se dio cuenta que eran las 11 de la mañana. Rosalba se debe estar alistando, pensó.

    Te esperamos en el taller —le dijo al chofer.

“Eran las doce, mediodía cuando lo vi entrar al taller. Me puso al tanto de lo que habían realizado. "Listo Chepe", me dijo y le dije que se fuera por su compromiso de aniversario, que nosotros íbamos a reparar el camión. Se fue contento, no bajó la caja de herramientas, se las llevó en el WAZ por la prisa. Supe de él hasta entrada la nochecita, cuando me dieron aviso de lo sucedido”

*

“Iban a ser… no, prácticamente ya eran la dos de la tarde cuando los vi salir de la casa. Ella iba elegante, elegantísima… estaba de estrenos, no le había visto esa ropa, parecía nueva, el pantalón y la blusa… se miraba radiante… se había alisado el pelo, lo tenía más largo, por debajo de los hombros… llevaba puesto tacones altos, de eso estoy segura porque vi a Joaquín que la tomó del brazo para que se subiera al WAZ, y me dije yo misma, ve que hermosa es la Rosalba… fina toda ella con esas caderas de guitarra, para que, iba bella y contenta. Desde allí… de esa esquina del corredor… la vi pero sólo él lo notó y me dijo adiós de manos. Más tarde, como a las cinco sólo la vi a ella, triste… llorando la pobre después de lo que pasó, que desgracia”. (Doña Chica, vecina de la zona 2).

“Yo estaba en la pista de aterrizaje, eran pasadas las dos de la tarde, lo sé porque esa es la hora en que Payín suelta a sus bueyes para que pastoreen. Vi que el WAZ subió por el lado de la casa de Allan Forbes, allá del otro lado. Yo estaba platicando con Payín, Joaquín nos dijo adiós, preguntó si íbamos a ir a la barrera y se fue por la mitad de la pista en dirección a la barrera de toros. Minutos después se dio la tragedia”. (Fermín, ayudante de Payín, frente al estadio de béisbol).

“Estábamos en uno de los chinamos, no recuerdo si era en el de la Blanca Cagona o en el de la Tres Pedos, estábamos varios desde temprano, eso estaba que pujaba, alegrísimo, imagínate, el mero 5 de Marzo, le hacíamos rueda a una flaca, una mujer de al saber que colonia era, la cosa es que la flaca andaba con sus cervecitas, era una fiera suelta, bailaba con uno y con el otro, los sacaba, se les pandeaba, les quebraba las caderas en la cara, los tiraba al suelo, les pasaba el gancho encima y les ponía el chuche en la cara, jajá, vieras la gritería de la gente, de los hombres y las mujeres, estábamos alegrísimo hasta que llegaron unos chavalos gritando que había un muerto y todos nos salimos para verlo”. (Charrascón, sentado en una banca del parque central).

“A mí me dieron ganas de ir a la barrera desde temprano. Era un día especial, un día de aniversario, de alegría, de conmemoración, de festejar la lucha por estos sueños de lograr un pedacito de tierra para trabajarla. Por la mañana me fui con otros fundadores a la marcha, vieras que lindas las carrozas, las muchachas desfilando, la gente, todo bien bonito. Después anduve en el acto, allí me encontré con otros fundadores y pasamos un rato alegre, recordando todas las penurias que pasamos en esos primeros años de fundación. Fue un día muy especial, la cosa es que agarré para la barrera como a eso de las dos de la tarde. Me fui caminando por la calle central, pasé por el parque y caminé hasta el hotel de Cruz Robles, el Nueva Guinea, de allí doblé a la izquierda y salí a la pista, propiamente en la esquina de Moncho Robles. La verdad es que esa calle es puro Robles, yo la llamo la calle de los Robles, porque allí viven la Hilda, Cruz y Moncho. Yo que doblo la esquina en dirección a la barrera cuando veo el alboroto alrededor de un WAZ: una mujer hermosa está pegando gritos porque unos hombres la están manoseando. De pronto dejé de ver lo que pasaba porque un camión de los de Moncho se parquea frente a la casa, da la vuelta, y cuando sale de mi vista, cuando entra al garaje, veo a un hombre tirado en el suelo, a un lado del WAZ, y a los otros, los que también manoseaban a la mujer, dando carrera hacia la barrera. Después me di cuenta de lo sucedido, fue algo trágico y, lo peor, en un aniversario, en un día tan especial”. (Cid Torrentes, fundador de Nueva Guinea, en el patio de su casa de la zona 3).

“Clarito lo recuerdo. Me encontraba en el corral, ayudando a apartar los toros para la monta. Allí estuvieron un buen rato, viendo los toros, haciendo bromas entre ellos. Entraban a uno de los chinamos, se quedaban un rato y volvían a salir con cervezas. La barrera ya se había llenado, estaba casi a reventar, la gente de las colonias seguía llegando en camiones y la del pueblo se desbordaba por la calle del instituto. La montadera ya había comenzado, los chicheros sonaban y la tiradera de cohetes estaba en lo fino, por eso me extrañé cuando vi que agarraron para el lado de la pista, cogiendo por la esquina del terreno baldío. Andan bolos, pensé y lueguito la noticia que había un muerto… un muerto que poco antes estaba a mi lado en las reglas del corral”. (Chico Yegua, montando un caballo que doma por las calles).  

“Después que salió del taller fue a buscar a Rosalba. Cruzó la pista y se los encontró a los tres, andaban tomados. Le hicieron parada, pero como no les hizo caso, no se detuvo, le gritaron barbaridades. Parece que querían que los llevara a los chinamos, al lado de la barrera. Llegó a la casa y Rosalba estaba lista. En un lado de la cama le había apartado la ropa que se iba a poner. Se metió al baño y rapidito se vistió. Ella estaba tan linda que tuvo que frenarse porque se hacía tarde y tenía mucha hambre. Se fueron por el centro de la pista en dirección a la barrera. En el fondo se escuchaba la alegría, los chinamos, los chicheros y la tiradera de cohetes. Parecía un hormiguero de gente la que se miraba en los alrededores, bajando de camiones, caminando hacia la barrera, un movimiento increíble, la fiesta de su tercer aniversario ya había comenzado. Se lo comentó a Rosalba, le regresó la mirada envuelta de ilusión, sus ojos brillaban de alegría, le acarició la pierna y se dieron un beso en el trayecto. Poco antes de llegar a la barrera se le ocurrió parquearse frente a la casa de Moncho Robles, siempre del lado de la pista. Rosalba se bajó del jeep y, cuando él lo hacía, vio que se acercaron los tres borrachos que le habían pedido raid, los que le gritaron groserías. “Tan creído que sos hijo de puta”, le dijo uno de los tres. Trató de calmarlos pero se acercaron a Rosalba, dos la tomaron de los brazos y otro le tocó las nalgas. “¿Te gustan Montoyita?, ¿Cómo las sentiste?, ¡Tócaselas otra vez!”, le decían al que la había tocado, al tal Montoyita y se le nubló la mente, le temblaron las manos, se quedó sin reaccionar por un segundo y el tal Montoyita agarró a Rosalba de la cintura y comenzó o moverse haciendo vulgaridades. Rosalba gritaba, lloraba y reaccionó: dio la vuelta, vio el saco con el utillaje de béisbol y la caja de herramientas en la parte trasera del jeep, agarró el saco y sacó el bate. El Montoyita estaba de espalda cuando dio la vuelta, Rosalba estaba angustiada, ¡déjala ir!, ¡suéltala!, le gritó y los otros dos quisieron agarrarlo, pero sin pensarlo, sin mucha fuerza, le dio un batazo en la nuca y cayó redondito al lado del jeep. Al verlo, los otros dos salieron corriendo para la barrera y abrazó a su Rosalba que temblaba de horror”. (Chepe Encendedor, cuenta que eso le dijo Joaquín en la cárcel el día que lo echaron preso).

“En esos años, para esa época, no existía la fiscalía ni medicina legal, sólo el juez y la policía, claro, también los abogados. Imagínate como era la cosa que Chilo, el abogado, era juez, abogado defensor y acusador a la misma vez, estás claro. Al bateador, el que batió a Montoyita, a Joaquín, se lo llevaron para la policía, lo echaron preso. Resulta que el papá del muerto, de Montoyita, José Reyes, lo fue a visitar a la cárcel porque eran amigos, compañeros de la misma iglesia. Todo el mundo conocía a Montoyita, era pendenciero, y cuando andaba tomando se ponía peor. Mirá José, hermano, yo sé que la embarré todita, te aseguro que no le di duro, sólo lo quería detener, no podía soportar que le tocara las nalgas a mi mujer, le dijo Joaquín el día que lo fue a ver. Yo creo que al final lo perdonó, pero aunque le hubiera dado sin ganas, despacito así como dijo Joaquín, ¿cómo iba a aguantar si le dio con un bate hechizo, hecho a mano de Cortez, de esos que son pesados? Con el tiempo Joaquín se convirtió en un reo de confianza, era un tipo querido en el pueblo, era servicial, amable y muy evangélico. Una mañana, muy de mañanita, lo mandaron a buscar la carne de la policía al lado del mercado, donde don Gerardo Aragón, y no lo volvieron a ver nunca más. Dicen que agarró rumbo al norte, pasando por Bluefields y Puerto Cabezas, y que se mueve por el río Coco en cayucos y pipantes, de arriba abajo, reparando motores marinos en todas las comunidades Mayangnas y Misquitas fronterizas con Honduras y que siempre anda puesto el reloj Seiko que le regaló la mujer en su segundo aniversario. Aquí nunca más se volvió a saber de él, hasta ahora que vos andas preguntando por cosas que sucedieron hace muchos años en Nueva Guinea. ¿La mujer?, eso te lo cuento en la próxima visita que me hagas. (George Palas, con sus brazos descansando en el mostrador de la ferretería).

20 de Enero de 2017
La Colina, Nueva Guinea.

domingo, 8 de enero de 2017

NO NOS FUIMOS, NUNCA LO HICIMOS


En tu cama protegida por barrotes de bronce fundidos el siglo pasado, en la cocina de tu mamá donde nos robábamos las latas importadas de frutas en conserva y te calentabas al lado del horno, bajo la sombra del árbol de mango donde chupábamos su dulce amarillo, en el swing de tu casa donde nos mecíamos todas las tardes, en la bodega donde tu papá guardaba barriles de guarón y calaches viejos, en la popa del barco pos-pos en que viajábamos al regresar de clases con los delfines incitándonos, no lo hicimos.

Nunca nos fuimos, siempre estuvimos allí, pies descalzos en la arena. Nunca lo hicimos, ni en la grama de playa retenida por los muros azules del parque de la loma, ni en la banca que adornaba el solitario árbol de Laurel, ni sobre las hojas de uvas de mar, ni sobre las rocas azules iluminadas por nuestra sombra en noches de luna llena.

Ni en la ensenada donde atrapábamos chacalines para usarlos de carnada, un pretexto para pescar solitarios hasta anochecer en el muelle de los pescadores, no lo hicimos. Camino a la playa, esquivando el lodo con saltos entre piedras gigantes hasta salir corriendo agarrados de la mano en la arena, las olas explotando en nuestros cuerpos, hasta rodar en el agua, no lo hicimos.

Siempre estuvimos juntos en los picnic de familia. Sumergidos hasta la cintura en las aguas calmas de la segunda laguna, vos temerosa de los cuajipales y yo sosteniéndote por detrás, no lo hicimos; reposando nuestras cabezas en un tronco blanco de balsa, observando en silencio el cielo estrellado y la espuma del mar cubriendo nuestros cuerpos, no lo hicimos; tendida en el tronco de un palo de coco, con tu falda bailándole al viento, desde el barranco del faro viendo zarpar los barcos camaroneros, no lo hicimos. No pudimos, no lo hicimos.   

Caminamos tomados de la mano por el largo andén hasta detenernos frente a la capilla de la iglesia y nos recostábamos en el muro de la escuela donde perfeccione mis movimientos de dedos para quitarte el sostén frente al árbol de zapote, testigo de esa primera vez que me tocaste sobre el pantalón y tus pezones florecieron como sus frutos, luego de un largo silencio me dijiste al oído, “siento que nos miran”. No lo hicimos.

Hoy que la lluvia lo inunda todo, te encuentro vacía en la soledad del tiempo. No nos fuimos, siempre estuvimos allí, nunca lo hicimos.

jueves, 22 de diciembre de 2016

THE MUCKED OBEAH MAN



This man have real problems in his family life so he decided to go and check a obeah man.

The obeah man tell him come back in two weeks time and bring a piece of dirt from yuh yard when yuh coming.

So the man went back after two weeks with the piece of dirt.

The obeah man do he thing and say boy i don't know if you could handle hearing this nah.

The man say go ahead i want to hear.

He say the two boys you calling your sons is not yours, yuh daughter seeing five different men and your wife pregnant for the mail man.

The man starting laughing.

The obean man ask him why you laughing and all this bad news.

I now tell yuh the man say, I have something to tell you, I don't know If you could handle it.

Obeah man say go ahead tell me.

He say boy I was running late and I forget to bring the dirt so I dig out piece from your yard. 


jueves, 15 de diciembre de 2016

EL FONDO DEL AGUJERO


La lluvia no cesa; el viento
retuerza paraguas.
La maleta está lista; la ropa
contiene tu aroma.
Las calles están vacías; el asfalto
refleja tristeza.

Bienvenido al callejón; el agua
fluye intensa hacia la bahía.
Dos chorros me bañan; los aleros
son sus cómplices.
Unos salen otros entran; luchamos
por un resguardo.

La terminal está furiosa; los rostros
hablan del desconcierto.
La bahía está llena; los muelles
de concreto cubiertos.
Las pangas se balancean; las olas
revientan frenéticas.

El horizonte es gris; esconde los
cayos y la costa.
Las aves marinas reposan; las acogen
antiguos cimientos.
Barcos aferrados al muelle; los marineros
en hamacas dormitan.

Los chamberos entregan flotadores; la gente
inquieta hace fila.
Atraca una panga sin toldo; orca
lleva por nombre.
Corremos bajo el aguacero; los asientos
están mojados.

El plástico cubre la panga; la lluvia
estalla en la bóveda gris.
El motor ruge al partir; el zigzag
anuncia la despedida.
El rio está lleno; mi piel
sigue húmeda.

Tus ojos apagados brillan en el fondo del agujero.


Bluefields, 11/12/2016

lunes, 12 de diciembre de 2016

SEMBLANZA DE VIDA DE DOÑA ROSA BERMÚDEZ


Rosa Paulina Mendoza Brenes nació el 30 de marzo de 1923 en El Castillo, Río San Juan. Sus padres fueron Indalecio Mendoza y Berta Brenes. En su infancia se trasladó a vivir a Popoyuapa con sus tíos paternos y luego regresó a El Castillo.

En plena florescencia salió del seno familiar en búsqueda de una nueva vida. La pobreza estrangulaba sus sueños, las labores cotidianas vaciaban su alma, pero las noticias que llegaban sobre el auge bananero, del empleo abundante en la Costa Caribe, la motivó a surcar el Rio San Juan desde El Castillo hasta la barra de El Colorado. La majestuosidad del paisaje, aguas claras, aves cantoras surcando el cielo, hicieron que la esperanza de una nueva vida brotara en su inocente rostro.

Desde la barra de El Colorado se embarcó en la lancha “María del Socorro” y descubrió el furor de las olas del mar, el aroma marino, la brisa salina y atardeceres de ensueño hasta desembarcar en el puerto de El Bluff. En la lancha conoció a Toño Real y le prometió ayuda para obtener un empleo.

Un día después de su llegada, la familia Aróstegui la acogió como a una hija y ella colabora en las labores del hogar.  Por su gracia y belleza en flor, Santiago Bermúdez González la corteja y forman la familia Bermúdez Mendoza compuesta por dos mujeres: Matilde y Socorro aquí presentes, y siete varones: Felipe, Ramón, Fausto (QEPD), Guillermo (QEPD), Martín (QEPD), José Dolores (presente) y Manuel.

Crecí al lado de la casa de mi abuela Manuela y mi abuelo Felipe Álvarez en El Bluff. La familia Bermúdez Mendoza vivió por muchos años frente a nuestra casa y siempre voy a recordar a doña Rosa en su jardín, sembrado y cuidando sus plantas. Tuve la dicha de saborear sus exquisitos platos de comida y crecer con alegría al lado de sus hijos. Mi abuelo Felipe y Santiago, “Chagüito”, eran compañeros de trabajo en la Aduana de El Bluff, donde trabajaron hasta el último de sus días.

Por su espíritu emprendedor y servicio, doña Rosa logró ganarse el corazón de los Blofeños, a quienes sirvió con alegría y compromiso cristiano en la capilla “Nuestra Señora del Carmen” en El Bluff. Colaboró como catequista de bautizos y matrimonios, cuidó de la sacristía con amor y devoción, fue anfitriona de seminarista y sacerdotes a los que deleitaba con sus comidas y repostería. Sirvió a monseñor Smith, monseñor Scheffer, a Fran Smuko y al padre Edwin entre otros más.

Enviuda luego de 48 años al lado de Santiago y se traslada a vivir a la ciudad de Bluefields donde se integra al servicio de la parroquia “Nuestra Señora del Rosario”.

En el año 1996 se traslada a vivir a ciudad Rama con su hija Socorro Bermúdez y su esposo, Rafael Álvarez, mi primo que en paz descansa. Desde su arribo a la ciudad se integra a la orden franciscana seglar, apoya y colabora en actividades para reconstruir el templo de la iglesia católica dañado por el huracán Juana y administra la eucaristía, llevándoles la comunión a los enfermos.

Parte a la presencia del Señor el 9 de diciembre del año 2016, a la edad de 93 años, dejando a su paso por este mundo un gran legado en los 6 hijos que le sobreviven al lado de 30 nietos, 51 bisnietos y 8 tataranietos.

No te detengas ante mi tumba y llores,
no estoy allí. No duermo.
Soy mil vientos soplando.
Soy el centello diamantino de la nieve.
Soy la luz solar sobre el grano maduro.
Soy la tenue lluvia de otoño.

Cuando despiertas en la quietud matinal,
soy la prisa rauda, ligera de quietos pájaros
volando en círculos en el cielo,
soy la tenue luz de las estrellas en la noche.

No te detengas ante mi tumba y llores,
no estoy allí. No duermo.
No te detengas ante mi tumba y llores,
no estoy allí.
¡Estoy en todas partes! ¡Vivo!

Rosa Bermúdez, ¡descansa en paz!

Leído en la Catedral de Bluefields.
10 de diciembre de 2016

Bluefields, Nicaragua.

sábado, 26 de noviembre de 2016

EL HURACÁN OTTO Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Desde muy tempranas horas del día Lunes 21 del corriente mes presté suma atención a la evolución de la depresión tropical que en el transcurso de la semana se convirtió en el huracán Otto.

Fue a través de internet que seguí su curso, lo que me permitió prepararme para lo que sería un inminente desastre en el Sur-Este de Nicaragua. Las páginas que cada dos horas visitaba fueron el Centro Nacional de Huracanes, Hurricane Tracker y el periódico digital Costa Rica Hoy. También mantuve encendido el televisor por varias horas, principalmente para observar la cobertura especial que brindaron los medios de Costa Rica. De Nicaragua solamente vi lo expuesto por el SINAPRED al momento de decretar la alerta amarilla para la zona de la RACCS y la conferencia que brindaron desde Bluefields porque los otros canales de TV informaban lo mismo que el SINAPRED decía.

Conociendo la trayectoria calculada de Otto me dispuse a crear condiciones para prevenir los posibles efectos que causaría en Nueva Guinea. Selle las ventanas de mi casa con láminas de zinc, abrí zanjas para que el agua se escurriera con rapidez, podé árboles y derribe los que eran amenaza para la casa, y compre bolsas y plástico negro para proteger cosas de valor antes que los comerciantes agiotistas del mercado municipal elevaran en un 200 por ciento el precio de los mismos.

El día esperado del impacto estábamos preparados. Por la mañana, a eso de las nueve de la mañana, uno de mis vecinos me visitó preocupado. “Le tengo miedo a esos árboles, mi vecino no quiere derribarlos”, dijo. “No le haga caso, usted busqué como cortarle todas las ramas”, le respondí después de ver los enormes árboles de Laurel a un lado de su casa. Desde ese instante se conformó una brigada de vecinos para derribar y cortar árboles porque consultaron a autoridades de la municipalidad y respondieron que si eran un peligro no dudaran en cortarlos.

A las tres de la tarde se suspendió el servicio de energía eléctrica en Nueva Guinea. La información por la radio local, Radio Manantial, se suspendió y solamente podía seguir los acontecimientos a través de mi teléfono inteligente pero se me había descargado. Di un suspiro cuando, después que Otto tocó tierra Nicaragüense y chocó con la Reserva Indio – Maíz, dio un giro hacia el sur-oeste en su trayectoria, internándose en el territorio fronterizo de Costa Rica. “Nos salvamos”, le dije a mi familia, se internó en territorio Costarricense nuevamente. Salí a hacer un recorrido por la ciudad y sus calles se encontraban vacías, la gente esperaba angustiada al huracán Otto.

Las redes sociales explotaron a causa de Otto. Por ellas pude observar transmisiones en vivo desde Bluefields, El Rama y Costa Rica. Los medios de comunicación tradicionales, principalmente los televisivos de Nicaragua no estuvieron a la altura para informar sobre el huracán: repetían lo que las televisoras oficiales informaban, volvían a su programación regular mientras desde Costa Rica observaba los acontecimientos en tiempo real, a los periodistas en los lugares de los hechos, a los miembros del Comité Nacional de Emergencia (CNE) dando reportes constantemente sobre la situación, a sus habitantes hablando en vivo y a su presidente al frente del CNE.

¿Por qué los medios de comunicación de Nicaragua se mostraron tan indiferentes ante el huracán Otto? ¿Son los periodistas de Costa Rica mejores que los de Nicaragua? ¿En Nicaragua no se cuenta con los medios tecnológicos necesarios para cubrir un evento de esa categoría? ¿Existe una estrategia en los medios de comunicación del país para informar en tiempo real sobre este tipo de acontecimientos? ¿La estrategia de comunicación oficial del gobierno de Nicaragua es la más adecuada para cubrir un fenómeno natural como el huracán Otto? 

Si las respuestas son negativas, los medios de comunicación del país deberían de emprender un análisis de situación que los ponga a la altura de los nuevos tiempos para que cumplan con sus principales objetivos: informar de forma veraz y oportuna al pueblo de Nicaragua.

viernes, 18 de noviembre de 2016

AZUCENA FLORES: DESEOS EN PENUMBRA

No es una confesión, no podría llamarlo de esa manera, pero yo, Azucena Flores, lo expreso en esta casa que abre su puerta esta noche para tenerte a mi lado.
   
Mi primera revelación llegó a edad temprana, a los doce años cumplidos. Nadie me lo dijo,  esa mañana no asistí a la escuela, me postré horrorizada en la cama de madera fina y colchón de resortes, imagínate como estaba cuando vi la línea de sangre escurriéndose en mis muslos, a lo largo de las piernas, pero el susto me pasó y, poco tiempo después, disfruté el cambio de mi cuerpo con caricias y juegos de niña.

No florecí como diosa, no, nada de eso, porque siempre he sido así como me conociste, ni alta ni baja, mi cuerpo, ¿cómo podría describírtelo?, es así completo para tú gusto, a tu medida; delgado, con estas curvitas en las que frenético te desplazas, con estos pechos, míralos, ya sé que te encantan aunque sean pequeños porque de mis pezones he saciado tu sed angustiosa de macho y sin reprimirme te he amamantado como si tu mamá no te hubiera dado de mamar tiernito, desesperándome al verte deseoso, con la sed de acariciarme las nalgas, sí, éstas nalgas carnosas de flaca que siempre has nalgueado cuando estoy desnuda, esperándote así como siempre lo he hecho en la sala, iluminada por una candela, como en este momento, con un short cortito, en camisola, sin brasier, con la punta de las nalgas descubiertas para que me las acaricies, para que me des esas palmadas con tus manos callosas, enloqueciéndome con el brillo de tus ojos.

Todos tus gustos los fui aprendiendo en cada encuentro, por las tardes y de noche, se fueron haciendo poco a poco parte necesaria del ritual por el que me rindo en tus brazos, elevándome entre las nubes cuando tu lengua loca me ensaliva el cuello y con tus manos apretujas mis pechos, pegándote a mi cuerpo con ese calor de macho en celo, desprendiendo ese olor encabritado que me derrite de deseos sin darme cuenta del momento en que me desnudas. Sos, y siempre has sido, la causa de mis excesos.

No me afrento de ello, al contrario, me siento la mujer más feliz del mundo, la más plena, soy la luna llena que surge radiante entre la penumbra de la noche para derretirme en el fuego de tus delicias. Y desnuda soy fiera salvaje, dueña de mi guarida, soy la que controla tus acciones, no me rindo, al contrario, me apropio de este juego milenario, soy la guardiana de todos tus pensamientos, secretos, tus deseos y miedos. No hago pausas, me dejo llevar por tu cuerpo libidinoso y allí, en ese instante, caes rendido en mis garras.

He aprendido de tus fantasías. No puedes reclamarme nada, ¿qué no he hecho por vos?, he sido todo lo que has querido: tu mujer, tu amante, tu puta como me decís cuando estás desesperado por tenerme. Y ese es el momento en que sos mi presa. Todos mis secretos de mujer los he compartido con vos. Te he dado lo que nunca te habías imaginado. Por vos me convertí en contorsionista, en serpiente laboriosa, has saboreado todos los fluidos de mi cuerpo y eso es lo que más me encanta.

No te rías, esa risa la conozco, ¡sí, es cierto!, al inicio no me gustaba, pero por vos aprendí a disfrutar mi cuerpo. Me mostraba recelosa cuando tus manos se apropiaban de mi cintura, abriéndome las piernas con la cabeza y tu lengua endemoniada acariciaba los labios carnosos de mi sexo que has chupado por más de treinta años, esa lengua tuya, indecente, serpenteando entre mis pliegues, embistiendo con fuerza mi silencio, lengua indecorosa que desgarra mi piel y, en ese jueguito, descubrí la gloria cuando tu boca apartó mis labios menores y se apropió de mi clítoris, manifestando el placer de mi sexualidad y la sensualidad plena de mujer.

Lo confieso, me hiciste sentir lo que nunca antes había experimentado, llegaste a mi vida iluminando la penumbra de mis deseos y, dueña de ellos, te convertí en esclavo de mis pasiones. Mi mayor anhelo siempre ha sido tenerte desnudo en mi cama, con esa mirada pérdida en el tiempo, ansioso que me adueñe de tu sexo, pidiéndome en silencio que deguste el néctar divino de tus entrañas. Y yo, obediente, me ahogo en tus deseos, atragantándome en el infinito de tu memoria, disfrutando el palpitar ardiente de tu sexo con ternura de niña huérfana para empaparme de tu savia al ritmo de nuestros cuerpos acoplados, en una danza sin fin por todos los espacios de la casa: el sofá, el comedor, la cocina, el piso, en la alfombra, en el baño y la cama, en la que aún duermo y ha sido testigo de todo lo que descubierto a tu lado. 

Llevo el orgullo grabado en la frente, no me arrepiento de nada. No me importa lo que murmuren a mis espaldas, ni lo que él piense, mi vida es mía así como mi cuerpo lo he consagrado a vos en silencio, he superado todas la barreras para alcanzar la dicha y he pagado el costo de ello. Ha sido un camino largo y doloroso, es el precio que pocas estamos dispuestas a pagar para salir de la penumbra de nuestros deseos.

Ronald Hill A.
18/11/2016

Foto: Sergio Orozco.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

DESAYUNANDO EN LOS COMEDORES DEL MERCADO DE BLUEFIELDS


Subo las escaleras mojadas que llevan al segundo piso del mercado municipal de Bluefields. Dos cubetas se rebalsan, obstruyen el paso y el agua se chorrea en todo el acceso hasta inundar la acera y la cuneta. Entro a la sección de los comedores por segunda ocasión en busca de una taza de café y tortillas de harina cubiertas con mantequilla para desayunar. Me dirijo al mismo comedor donde atiende una mujer de ojos almendrados, cabello liso recogido en una moña y orgullosa de sus caderas. Me sonríe, quizás recuerda que la primera vez me di cuenta que no andaba la billetera hasta después de desayunar, y cuando se lo dije mostró su bella dentadura de oro. “No le creo”, contestó. Se lo expliqué, aceptó mi propuesta y cinco minutos después regresé a pagarle.

En esta ocasión, una mujer joven se encuentra con ella. “Debe ser su hija”, pienso porque es bastante parecida a ella; tiene la misma mirada, la misma forma de su cara, el mismo cuerpo pero más animoso. Ella atiende y me ofrece gallopinto con cerdo frito además de las tortillas de harina y café.  Las expresiones de su rostro son las mismas que las de la chavala, pero muestra un poco de decepción cuando le digo que quiero lo mismo de la vez anterior. “No señor, usted debe desayunar mejor”, dice y se dirige a la cocina.

La chavala se acerca, me sirve la taza de café y dos mujeres le hablan con un tono violento desde el lado de las barandas. La chavala busca a la mujer que regresa y me sirve el plato de comida. Observo el plato generosamente servido y la mujer va al encuentro de las que casi gritan. Discuten entre ellas, la chavala sale de la cocina con un enorme cuchillo que brilla en sus manos y va en defensa de la mujer. El vigilante se antepone entre ellas, la mujer regresa a la cocina, toma un cuchillo, su rostro se ha transfigurado por el odio. A la chavala y las otras dos mujeres ya no las puedo ver, la pared del pasillo no me lo permite, sólo escucho los gritos. El plato servido me ha abierto el apetito, doy un bocado, el cerdo está delicioso pero me tiemblan las manos.

Las mujeres de los otros comedores corren hacia el lado del pasillo. Es una pelea de gritos,  de jaladera de mechas, de hijueputazos. Cuatro policías llegan, entre ellos una mujer. Alguien los ha llamado por teléfono. El escándalo se calma y la mujer con la chavala regresan a su cocina. Tienen sus rostros enrojecidos, están desesperadas, rabiosas. Los policías invaden el comedor. La mujer comienza a vociferar en contra de otra dueña de comedor: “¡es ella!, ¡la desgraciada siempre nos hace lo mismo!, ¡llama a esas pandilleras hijas de puta para que nos hagan la vida imposible!, ¡ella quiere acaparar todos los tramos!”, dice a gritos.

La mujer policía habla con las dos mujeres. Ella vuelve su mirada hacia mí. Desde que me senté no me he movido. “Tiene que ir a poner la denuncia”, dice la policía. Anota en una hoja de papel sus datos y los cuatro se dirigen al tramo de la otra mujer, de la acusada de provocar el pleito. Ella se acerca a la mesa. “Que pena me da”,… “ya no aguanto esta situación”,… “yo estoy trabajando, ganándome la vida”,… “estas desgraciadas”. “Vaya a poner la denuncia”, le digo.

Una mujer con trenzas de rasta se acerca a ella y conversan. “Usted es testigo”, me dice. “Todas aquí nos hemos quejado, un solo CPF no puede mantener el orden, ya te lo hemos dicho varias veces”, le dice a la mujer de trenzas. Me fijo en sus ojos, son vivos, color de miel. “Ya se lo he dicho a la alcaldesa”,… “le he enviado varios memorándum”,… “no quiere gastar en otro”. “Pero usted es la superintendente”, responde la mujer,… “esto no puede seguir así”. “Ay niña, ya estoy cansada de pedirlo, no me hacen caso”, responde la superintendente y se aleja. Mientras ellas conversan he saboreado con la intensidad del ambiente el cerdo frito, de hecho está delicioso.

Le pido la cuenta. Cancelo lo que me dice. Miro el reloj y son las ocho de la mañana. “Muy temprano para viajar a El Bluff”, pienso. “Cuénteme cómo es que prepara el cerdo frito”, le digo. Sonríe, su semblante ha cambiado y la chavala lava los platos con calma. Bajo nuevamente las escaleras mojadas, me sostengo de los pasamanos. “Si todo pudiera cambiar, si la seguridad mejorara, si la alcaldesa comiera de vez en cuando en los comedores del mercado tal vez un día la situación de las mujeres y sus clientes será mejor”, pienso al pasar al lado de las mujeres que venden mariscos en la cuneta de la calle que te lleva hacia centro de la ciudad.

Miércoles, 2 de noviembre de 2016.