jueves, 30 de noviembre de 2023

LLUVIA EN EL TRÓPICO HÚMEDO

 




Llueve sin cesar sobre el trópico húmedo.

Ríos crecen desbordándose en su recorrido.

Las casas se inundan y la gente se afana

en salvar sus pertenencias y sus vidas.

 

La lluvia no respeta ni la noche ni el día.

Es un diluvio que arrasa con todo a su paso.

Los niños lloran, los ancianos se lamentan,

los jóvenes se organizan para la evacuación.

 

La tristeza se apodera de los rostros mojados.

La incertidumbre se cierne sobre el futuro.

La lluvia no da tregua ni esperanza.

Es una fuerza implacable que no escucha.

 

Entre la desolación hay un rayo de luz,

una mano solidaria, una palabra de aliento,

un gesto de amor, una oración sincera,

un hibisco que florece en el lodo.

 

La lluvia no doblegará el espíritu del trópico húmedo,

es una prueba más que se superará.

no durará para siempre, ni el dolor.

El sol volverá a brillar, y con él, la vida en su esplendor.

 

30 de noviembre 2023.

Foto Propia: Muelle de los Tres Ríos, El Rama.


viernes, 24 de noviembre de 2023

DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE LA MUERTE

 


Henry Bush Hill Bush, hermano de mi padre White Bush, falleció tras sufrir un derrame cerebral, y doce días después nos dejó. Su partida tuvo lugar en la tranquilidad de su hogar, descansando plácidamente en su cama, rodeado de su esposa Sula, sus hijos e hijas, nietos y demás familiares. A la edad de 88 años, dejó este mundo. Aquel día, después de disfrutar de su almuerzo, decidió descansar para la siesta y, lamentablemente, no pudo volver a levantarse, ya que la mitad de su cuerpo dejó de responder.

Todos sus seres queridos tuvieron la oportunidad de despedirse de tío Henry. Desde la distancia seguí su estado de salud a través de los primos y sus esposas. Vi la ceremonia en su honor realizada en la casa del primo Crawford, y posteriormente, su sepelio en el cementerio de Utila, “el jardín de los recuerdos”. Tío Henry fue un gran hombre, uno de mis tíos preferidos, y muy querido por mi padre. Lo recordare y extrañare el resto de mi vida.

Estuve enfermo en mi cama por más de diez días y, de manera redundante, pensé en la muerte. Es inevitable reflexionar sobre ella cuando estás enfermo. Mientras somos jóvenes y estamos sanos, no lo hacemos.

Ese extraño sentimiento de que todo terminará me llevó a pensar en mi madre. Escuché, no se si en sueños o medio despierto, nuevamente la lengua materna, esa que nos dice repetidamente en los primeros meses de vida, “mamá te ama y te cuida”, “mamá te quiere y te protege”, y mediante lo cual comenzamos a identificar personas y sonidos. Llorando la llamé varias veces, “Mamá, mamá, ayúdame. Mamá, yo también te amo”.

Cuando hablamos de la muerte, muchos dicen que no les preocupa. Pero eso no es cierto. Somos animales que morimos y nos descomponemos. Cuando llega, se evidencia muy deprisa. Casi de inmediato, la sangre de los capilares situados cerca de la superficie empieza a vaciarse, lo que provoca esa palidez fantasmal que resulta tan característica. La sangre se acumula en las partes inferiores del cuerpo a consecuencia de la gravedad, lo que da un color púrpura a la piel, en un proceso conocido como livor mortis. Las células internas se rompen; las enzimas se derraman, e inician un proceso de auto digestión denominado autólisis.

También, las células mueren a velocidades distintas: las cerebrales lo hacen muy deprisa, en un máximo de tres o cuatro minutos, mientras que las musculares y cutáneas pueden tardar horas, tal vez incluso un día entero. El famoso agarrotamiento muscular, conocido como rigor mortis, se produce en un plazo de entre treinta minutos y cuatro horas tras el fallecimiento, empezando por los músculos faciales y desplazándose hacia abajo a través del cuerpo y hacia fuera por las extremidades. El rigor mortis dura aproximadamente un día.

Un cadáver es algo muy vivo. Solo que esa vida ya no es la nuestra, sino la de las bacterias que hemos dejado atrás, además de cualesquiera otras que se suban al carro. A medida que devoran el cuerpo, las bacterias intestinales producen diversos gases, entre ellos metano, amoníaco, sulfuro de hidrógeno y dióxido de azufre, aparte de otros compuestos que llevan los explícitos nombres de cadaverina y putrescina. El olor de un cadáver en descomposición generalmente se vuelve insoportable en cuestión de dos o tres días, algo menos si hace calor. Luego, los olores comienzan a disminuir poco a poco hasta que ya no queda carne y, por lo tanto, nada que pueda oler.

Hablar de la muerte es tan fascinante, pero durante siglos hemos excluido a nuestros hijos del tema. Cuando nos preguntan por ello nos quedamos callados, no los preparamos para vivir en este mundo, un mundo cada vez más catastrófico e inhumano. Solo pensemos en la Pandemia, en el cambio climático, en la guerra de Ucrania y entre la que se libra entre Israel y Hamas. La muerte nos acompaña siempre, estamos expuestos a nuestra propia mortalidad.

Hablando de la muerte, pues sencillamente deseo que cuando llegue e inicie mi proceso hacia a la extinción, se me permitan los rituales, las honras fúnebres. Deseo que se hagan con calma, sin prisa, que expongan mi cuerpo en la sala de la que fue mi casa para que todos aquellos que tengan la voluntad de asistir al ritual lo puedan hacer. No deseo que se hagan comelonas, no hay razón para ello. Pero sí compartir algo ligero, café, pan, sándwich, o aquello que surja de la voluntad de mis familiares y amigos. Tendrán tiempo suficiente para ello, si quieren estar allí, conversando frente a ese cuerpo que se descompone, un día y una noche, o más, no tengo nada en contra de ello.

Cuando llegue el momento de mi sepultura, una lápida sencilla de piedra con mi nombre será suficiente para aquellos que, en algún momento, me busquen y deseen encontrarme. Estoy seguro de que viviré en el recuerdo y las memorias de mis seres queridos durante muchos años. Al final, pido que se grabe en mi lápida: "Su esfuerzo lo llevó a vivir lo mejor posible y fue un buen hombre".

 

jueves, 23 de noviembre de 2023

La Colina, Nueva Guinea.

Foto Propia.


sábado, 11 de noviembre de 2023

LA FERIA, UNA TRADICIÓN QUE SE RESISTE



En la pista de antaño, donde aviones solían aterrizar,

ahora se erige la feria, un espectáculo sin par.

Maquinaria reluciente, tractores y camionetas en hilera,

la gente asombrada, mira y se regocija entera.

Ganaderías de renombre, desfilan con altivez,

ganado de raza, como estrellas en el revés.

Productores y bancos entrelazan destinos,

facilitando el progreso con lazos divinos.

Niños corretean, risas en el aire,

juegos mecánicos, en su diversión se declaran.

Y al caer la noche, la barrera cobra vida,

toros desafiantes, montadores en la arremetida.

Gritos de emoción, chicheros en acción,

La fiesta se desborda, ¡qué gran celebración!

Chinamos llenos, de bebedores ansiosos,

bailando a su estilo, con sus vaqueras hermosas.

Botas de vaquero y jeans llenos de lodo,

bailan hasta el amanecer, con un ritmo a todo nodo.

Grupos renombrados, llenan el escenario,

música que alimenta, hasta el último repertorio.

Corrales en silencio, el ganado descansa,

cuidadores y bestias, en paz se balancean.

La feria se apaga, pero en la memoria persiste,

tres días de algarabía, una tradición que resiste. 


11 de noviembre de 2023

Foto cortesía de Orlando González

miércoles, 1 de noviembre de 2023

A LA ESPERA DE LAS TORTILLAS

Una mujer mayor, con el cabello cano, sube el escalón de piedra cantera sosteniéndose del hombro de una niña y se recuesta a la pared del corredor, a un costado del fogón de leña. El fuego palpita con pereza bajo la lámina de hierro, como si recién fue encendido por la mujer chaparra y obesa que hace las tortillas.

He llegado al lugar apresurado y un poco irritado después de visitar varios puestos de tortillas que estaban cerrados. En reloj indica que son las cuatro y media de la tarde.

Varios clientes están allí, esperando tortillas; todos son niños. Uno de ellos puede tener cinco años, el resto son niñas cuyas edades oscilan entre ocho y once. Sus ropitas se muestran limpias, calzan chinelas y zapatos tenis desgastados. La mujer mayor ha llegado con un trapo bastante lustroso y ellos ya estaban allí.

La tortillera coloca cuatro tortillas palmeadas en el pequeño fogón, vuelve a la masa que tiene en una pana plástica sobre una mesa vieja de madera. Hace una pelotita, la palmea sobre un trozo redondo de plástico hasta que surge una tortilla diminuta, de las que ahora valen cuatro córdobas y consumo hasta tres a la hora de la cena. Es bastante lenta, al igual que el fuego de su fogón, y pienso que saldé de allí por lo menos dentro de una hora.

Es una tarde nublada y gris, después que ha llovido por la mañana debido al paso de una depresión tropical que no ha tenido mayores consecuencias, ni por la lluvia, ni por el viento. Las calles están mojadas, al igual que las paredes y los techos de las casas.

Los niños juegan entre ellos mientras esperan las tortillas. El varoncito juega con una niña de unos ocho años; parece que son hermanos. Están sentados en el borde del corredor, a un lado de la piedra cantera que hace de escalón para subirlo. La niña tiene en sus manos una libreta pequeña para apuntes de tapa dura. Escribe con un lápiz de grafito en una hoja y se la pasa con todo y el lápiz al niño. Después de recibirla y ver lo que escribió, el niño sonríe, se carcajea, inclina su cuerpo hacia el de ella como tratando de hacer una colisión de satisfacción y felicidad. La niña también sonríe y recibe de regreso la libreta. Vuelve a escribir en ella. Es un juego de palabras escritas o de manchones y garabatos que los hace reír. Un día serán los mejores alumnos de la escuela, los escritores y poetas de la ciudad, orgullo de su barrio.

Otros niños están a la espera. Una niña de unos once años está de pie en el andén, frente al corredor. De ella se ha sostenido la mujer mayor de pelo cano para subir el escalón. Su cabello es de color negro y largo, tan largo que llega a su cintura y está mojado, como si se hubiera bañado recientemente. No se mueve del lugar, pero está atenta al juego de la libreta de los otros.

Tres niñas están sentadas en una banca de madera, ubicada bajo la ventana de un pequeño espacio que antes fue una pulpería. Aun se notan rótulos y afiches en la pared con la propaganda de chiverías y bebidas azucaradas. Las tres se cuentan cosas entre ellas y se ríen, sonrisas plenas, sin temores, abiertas a la calle, al barrio y al mundo, sin preocupaciones, sin envidias ni temores. Están felices y en sus manos se muestra el dinero y los trapos para envolver las tortillas.

Al otro lado de la calle, en la esquina, en el corredor frontal de una casa, un viejo pelón de unos 75 años se encuentra sin camisa inspeccionando cosas viejas, cachivaches, chatarra que tiene acomodada frente a ese espacio pequeño de la casa. Entre otras cosas, observo lavadoras y cocinas viejas, láminas de zinc sarrosas, una mantenedora destartalada y, sobre un pequeño carretón que tiene parqueado en la cuneta, un montón de chatarra amarrada como si estuviera lista para entregarla por la mañana. El viejo se acomoda en una silla y observa embelesado los resultados de su trabajo como si de un tesoro se tratara. Imagino que piensa en el trayecto que debe recorrer con la carga acomodada en el carretón hasta el centro de acopio. Quizás hace cálculos del dinero que obtendrá por la venta. Puede ser que piense en las cosas que tiene vistas y va a comprar posteriormente. Tal vez medita sobre las fuerzas que día a día lo abandonan, en los achaques de viejo que enloquecen, en el costo de la vida que va para arriba y, aunque venda cada vez más y más chatarra, nunca lo podrá alcanzar.

Detrás de él, en el corredor lateral de la misma casa, dos mujeres y un hombre están sentados en sillas de plástico. Se muestran sigilosos y no hay gestos de conversación en sus rostros, pero observan como estatuas hacia la calle principal del barrio. No le prestan atención al viejo de la chatarra. Al fondo, más allá de la esquina, se ve jugar a varios niños con una pelota de futbol en el centro de la calle. El hombre se levanta y entra a la casa por la puerta lateral. Detrás de él va una de las mujeres. Otro hombre sale de la boca calle, frente al corredor desde donde ellos observan, y jala un caballo con el aparejo vacío en dirección a algún solar o potrero donde lo dejará pastando por la noche. El hombre ha regresado a la silla, pero ahora lleva puesta una chaqueta de color azulón y, después de él, regresa la mujer enchaquetada y le entrega un suéter de algodón a la que se ha quedado en su sitio. El viejo sigue sin camisa.

Los tres siguen rígidos, sin conversar entre ellos, con la mirada extraviada en el horizonte. Me pregunto si son hijos del anciano, y si lo son, ¿le ayudan a soportar la carga de los años? ¿Son buenos o malos hijos? ¿Le apoyan con medicamentos y alimentos? Sigo pensando en la vida del anciano cuando veo que la mujer mayor de cabello cano baja del corredor con sumo cuidado. En sus manos lleva las tortillas cubiertas por el trapo lustroso.

La tarde cae y también siento un poco de frío, pero no hay viento ni llovizna. La humedad del ambiente, después del paso de la depresión tropical, ha reducido la temperatura en la ciudad, y me siento a gusto.

Los niños juegan ajenos al mundo que los rodea, se empujan y carcajean, se abrazan, y no les preocupa que atendieran primero a la mujer. La tortillera, bajita y rellenita, palmea las pelotitas de masa, retira las tortillas del fuego que arde y crepita. Ha entrado en calor y se mueve con mayor habilidad. Respiro el aroma de las tortillas recién hechas, las más ricas del barrio.

Luego de irme del lugar, me doy cuenta de que las preocupaciones que tenía al llegar han desaparecido. Siento compasión por el anciano y deseo que todos los niños del barrio, la ciudad y el mundo sean felices como los que esperan sus tortillas.

 

31 de octubre de 2023

Foto propia.

lunes, 23 de octubre de 2023

Y, ¿CÓMO OLVIDAR A JUIGALPA?

No puedo dejar de verla, aun cuando se ausenta por varios días. La Puki me la recuerda porque siente su presencia imborrable en la casa, en el sofá que ella ocupa o en la mecedora del corredor donde pasa las tardes calurosas.

En los espacios compartidos su presencia siempre se devela en pequeños detalles colocados en la mesa de noche, debajo de la almohada, en el tocador, en el espejo, en las gavetas, y su aroma ha impregnado la mitad de todo: la casa, la habitación y los recuerdos.

Ahora que regresa, ya entrando la noche más allá de la etapa del adormecimiento, coloca en la cama varias fotos que una de sus amigas le ha regalado, todas de ella, de su época de chavala, de su juventud, una etapa de su vida que siempre recuerdo y, más aún, en su ausencia.

Veo una foto y le digo que esa es Daniela, nuestra nieta, porque es igualita a ella. Una foto del Clarín de niño, también es idéntico a ella. Una foto donde camina con Cecilia Wheelock, después de visitar el parque de Palo Solo, una foto pérdida y ahora vuelve a despertar los recuerdos de ese pasado inolvidable, ella con cabello al estilo afro y su short cortito mostrando sus piernas de atleta, caminando hacia el oeste, en dirección a la esquina donde se ubica la casa del chele Laguna, pasando por las viviendas de don Edgard Matus, la familia Flores, la de la Chelita donde vivía Milcíades, la casa de doña Petrona y la que hoy habita la familia Marín.

Volviendo a las fotos, en una de ellas se baña en la quebrada de Carca, embarazada de Emiljamary y la rodea un chavalero que goza de alegría en uno de esos meses calurosos en Juigalpa, antes más frescos que ahora.

Y, ¿cómo olvidar a Juigalpa? Es imposible porque Juigalpa está en su sangre, Juigalpa es la ciudad de mis hijos, Juigalpa es una parte de mi vida.

Juigalpa en la época que estudié en el liceo agrícola, cuando todavía no la conocía por cosas del destino o ironías de la vida. Los trabajos de campo eran dirigidos por el profesor Guillermo “el Papito” Tablada: ¡organicen un grupo para hacer rondas de fuego! ¡otro grupo para hacer eras! ¡un grupo para recoger mierda de vaca en sacos para abonar las plantas!, grupo que nunca me gustó, ¡ustedes, vayan a la bodega a buscar baldes y regaderas que van a regar todas las eras de allá abajo, las que están a la orilla del río y cerca de los árboles de Mango!, y nos organizábamos para hacer las labores. Un día, la voz autoritaria del director, Alejo Gallo Montenegro, dice al estudiantado en formación: ¡prepárense, hoy van a pelonear a los de primer año! Mostrándonos dóciles, seremos el plato del año para los alumnos de segundo año, la revancha por lo que ellos también sufrieron. ¡Reúnanse en un solo lugar!, ¡no pongan resistencia!, ¡las tijeras brillan de tanto filo que tienen!, ¡cuidado les cortan una oreja!, ¡cuidado con los ojos!, gritaban los cabecillas de segundo año, entre ellos Adolfo Chávez. Vamos de uno en uno, pasando en la fila y dos nos caen como zopilotes, sosteniéndonos de los hombros, pasan sus brazos por el cuello para inmovilizarnos, sostienen con fuerza la cabeza para dar los tijerazos, varios atrás, en el occipital, otros en el copete, otros a los lados de las orejas, ¡no te movás pilinjoyo hijo de puta!, pero los más fuertes, los más arrechos, los que no se dejan oponen resistencia y salen en defensa de la mayoría, entre ellos está Luis Alonso Conrado, y se arma la cachimbeadera, los golpes no los pueden resistir los de segundo, y se mira caer noqueado a Waneban Soza, boaqueño, luego que recibe un golpe de Luis Alonso y, entre la samotana que se arma, la mayoría de pilines salimos en desbandada. La rebelión de los alumnos de primer año en el liceo es el tema de conversación en la ciudad por varios días. Luego de ir al barbero, mostramos la pelona con mucho orgullo por las calles, en el cine Cynthia y en el parque. Ese fue el último año que pelonearon a los estudiantes de primer año en el liceo agrícola. Luego me integré al equipo de beisbol. Éramos un equipo fuerte, imponente, ningún equipo nos vencía. Mi cátcher siempre fue Henry Avilez, “el chiquito”. De ese corto tiempo que estuve en el liceo, surgió la amistad con Fulvio Orozco, la Pepa Montiel, Sergio Orozco Carazo, Luis Alonso Conrado, Chu Báez, Rodolfo García, Renato Meneses, Cicerón Gadea, el Chiquito Avilez y otros muchos más. Una época relajada, en plena juventud. 

Siete años después regresé con ella a su casa, a su Juigalpa de toda la vida. A la casa de su familia, de su madre María Gladys Chacón y sus hermanas y hermanos, la casa de grandes cuartos donde se acomodaban ella, su hermana y sus primos. Aún recuerda el movimiento de sombras y voces de cuando era niña, la cocina de leña con el fuego encendido todo el día, el corredor bajo el techo de tejas, las paredes de adobe, el árbol de Cacao Mico en el patio y el muro que brincaba la atleta de salto alto y largo para entrar a la casa. La misma casa de la esquina de Palo Solo, la casa de su abuelo Luis Chacón, el eterno conservador que siempre que había una rebelión real o ficticia contra Somoza, la guardia lo llegaba a buscar con trato humano, ¡que le alisten sus cosas!, decían los guardias porque ya estaban acostumbrados a ello.

En esa casa viví por más de 10 años. Me convertí en un habitante más de la ciudad de los caracolitos negros, y en amigo de sus amigos que ahora los veo en las fotos que ha traído después de un encuentro de compañeros de promoción de bachillerato del año 1974. Y en la vecindad, la amistad creció con los hijos de doña Comelia Zambrana: Rene, Ricardo, Rolando y Norma; con la Julita y Payín Chacón; con Modesto Cuadra, su esposa e hijos; con Diego Flores y familia; con Octavio “el Pelón” Gallardo que aún hoy tengo frente a mí su caricatura donde sostiene una enorme botella de ron en forma de pacha y expresando “Somos de la Vida”, con varios ídolos, libros y la cordillera de Amerrisque de fondo, una de las mejores amistades que logré cultivar en los años de Juigalpa, y también su hijo Fidel, Ficho; con los hermanos Molina, Héctor y Eddie, ambos poetas; con los hermanos Hernández; con don Nacho Duarte y doña Daysi y todos sus hijos e hijas; con Melba Suárez, María Elena Quezada y Carmen Mejía, sus amigas de toda la vida; con los amigos de mis hijos que me saludan al encontrarnos. También hice innumerables amistades por relaciones de trabajo en la delegación de gobierno o en el MIDINRA, y en el liceo y el INAP.  Fue una época maravillosa, donde los años de juventud los dedique al trabajo (tres empleos para sobrevivir con mi familia más los ingresos de ella que siempre resolvía los problemas y los sigue haciendo). Luego que la revolución perdió las elecciones en 1990, me quedé a la deriva, saliendo poco a poco de un naufragio de ilusiones a pesar de los estragos causados por la guerra.

Me quedé sin trabajo en Juigalpa, sin ninguna esperanza después de trabajarle un año al nuevo gobierno, hasta que un funcionario del Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), llego a la casa a buscarme para ofrecerme empleo y, poco después, me trasladé a Nueva Guinea.

Y ahora, ella regresa con esas fotos de Juigalpa, y me las muestra desde su teléfono, donde está con sus compañeros de promoción, conocidos todos ellos: Jorge Luis Oporta, Julián Báez, Francisco Medrano y ellas: Vilma Luna, Elia Dina Galo, Francis Morales, Nora García, Margarita Galarza y Aydalina Berroteran.

Los años de la gloriosa juventud terminan, pero los buenos recuerdos perduran para siempre, al igual que las buenas amistades, muchas de la cuales están en mi segunda casa, la casa de su familia, su casa, la casa de Juigalpa.


La Colina, Nueva Guinea.
22 de octubre de 2023
Foto Propia.

viernes, 13 de octubre de 2023

EN UN ANDÉN MULTICOLOR

 


Después de los meses de verano, con la llegada de las primeras lluvias, las flores llamadas brujitas florecían a los lados del andén. Caminar sobre el concreto mezclado con basalto de color azul y arena de mar con los colores amarillos, rosa y blanco de las brujitas, creaba una sensación de querer estar allí, de arraigo, de pertenencia y de caminar y caminar sin que el trayecto llegara a su final, no importando la dirección del recorrido, si era hacia el lado de la iglesia católica o hacia el lado de los pescadores.

Nadie escapaba a ese embrujo llamativo provocado por las brujitas florecidas. Visitantes que se dirigían a la playa, parejas de enamorados, mujeres vendedoras de hornadas y pan dulce con sus panas bien protegidas, el vendedor de lotería, el barbero con su instrumental en el maletín, el vendedor de sorbetes con su carretón y su campanita insistente, afiladores de cuchillos y tijeras, estibadores, marinos mercantes, pangueros, gestores de aduana, la mayoría de ellos provenientes de Bluefields. Todos disfrutaban el ambiente florecido en su recorrido.

Y allí, al caer la tarde, la vi caminar por ese andén multicolor. Su figura delgada, alta, vestida con una camiseta del algodón, pantalón blue jeans y calzando tenis blancos, con su cabello castaño casi rubio ondeando al ritmo de la brisa proveniente de la playa de El Tortuguero, saludándome con un hola, un hola en una voz de extranjera, surgiendo de su boca y labios de señorita que lo ha traducido del inglés en su mente, y gesticulado con sus manos, su cuerpo en movimiento, sus pasos desplazándose sobre los colores, mostrando una sonrisa plena que brilla con la luz de sus ojos verde miel. Una chavala en vacaciones visitando a sus familiares que la agasajan todo el tiempo.

En la playa de El Tortuguero, con su bikini azul, es el centro de las miradas. Nada como atleta y deja que la cubran hasta el cuello de arena; le encantan las uvas de mar y los icacos; quiere agua de coco y  tres chavalos corren a subirse a los cocoteros; hace castillos de arena y los regala, este para vos y aquel para él; le fascina recolectar conchas de mar y las organiza en paletas de colores; quiere estrellas de mar y nuevamente corren en busca de ellas. Descansa en un tronco blanco de balsa y se extiende con la cara al sol. Su cuerpo no es voluminoso, está en desarrollo, pero se dibujan sus pechos, su vientre con un ombligo profundo, sus piernas largas y, al girarse para tener un bronceado ligero y uniforme, crea una superficie de arena inestable que cae desde el contorno más alto de su cadera. Levanta las piernas, las balancea hacia atrás y hacia adelante, las sostiene por varios segundos en alto, revelando la fuerza de su cuerpo que se contrae y expande al vaivén de sus movimientos. Se incorpora minutos después, está cubierta de arena, sacude su cuerpo, pasa con delicadeza sus manos por la cintura y corre hacia la playa. “Let´s go, let´s go", dice invitando con sus manos, y todos, embelesados, vamos detrás de ella.

Por la noche hay una fiesta en su honor en la Cabaña. El rancho está de gala para la ocasión. Los cocoteros a ambos lados del andén de acceso están iluminados por bombillos que invitan a recorrerlo. Al llegar a la puerta de acceso, ella está en el centro, de pie, dando la bienvenida a los invitados que le llevan regalos. Muchas gracias, no debieron molestarse, muy amables, dice en ese español tan propio de gringuita. Viste con sencillez: una falda ajustada a su cadera, una blusa que muestra sus hombros y la línea de sus pechos bronceados, calza sandalias de cuero. Lleva el cabello suelto. Su sonrisa colma la cabaña. Frente al amplio bar, una mesa grande es ocupada por sus familiares: abuelos, hermanos y primos. Mesas para cuatro están acomodadas en los otros espacios y en un costado un grupo musical de Bluefields afina sus instrumentos. Allí están los invitados y la mayor parte de los adolescentes del puerto. Los meseros recorren con bandejas el salón ofreciendo bebidas y cocteles. En la parte posterior de la Cabaña, bajando las gradas, se escucha el sonido de las olas reventando en la playa de El Tortuguero. La suave brisa marina mueve las ramas de los cocoteros y hace volar chispas desde los asadores donde se preparan carnes y mariscos para los invitados.

Suena la música, música de verano, y todos quieren bailar con ella. Ella, muy educada, se disculpa, “Oh, I´m sorry”, dice con esa gracia de bella gringuita, y son sus primos los primeros que se turnan para bailar con ella. Su rostro, su nariz y su boca buscan un poco de aire, necesita respirar porque no está acostumbrada a bailar de esa manera, a ese agarre extenuante, fuerte y con presión de su espalda y caderas contra el cuerpo de ellos. Sus manos descansan en los pechos de ellos, no cruzan sus hombros, y se nota como si estuviera atrapada en unas garras que creen poder merecer y conseguirlo todo. Entre piezas musicales va hacia la mesa familiar, aprovecho la ocasión, me acerco y extiendo mi mano invitándola a bailar y corresponde.

Nos hemos movido hacia el centro de la cabaña, ella ha caminado un poco más allá de la mesa de sus familiares. La música es parte del popurrí del grupo musical. Mi mano izquierda toma su mano y la derecha toca su espalda. Ahora, al acercar mi cuerpo al de ella, me doy cuenta de que es más alta. Mi mejilla llega un poco más arriba de la línea de sus pechos, su rostro sobresale por encima del mío y repentinamente me atrae hacia ella con un impulso desmedido. Sus piernas se entremezclan con las mías y me dejo llevar por su ritmo con movimientos laterales y ondulantes de caderas y de piernas hacia adelante y atrás. En ese constante roce, con el aroma de vainilla y canela que desprende su cuerpo, el peso de sus hombros sobre los míos, ella se separa un poco y me mira con sus ojos iluminados por toda la luz que inunda La Cabaña como si al fin me reconociera, como recordando el hola que me dijo al encontrarnos en el andén, “are you ok”, pregunta, traducido al español en su voz dulce de gringuita, y trato de procesar su pregunta, por qué lo hace, y me doy cuenta que mi corazón palpita a mil latidos por segundos, que mis manos la han apretujado con la fuerza de quien trata de salvarse aferrándose a lo que más quiere cuando un volcán está a punto de erupcionar. “You are so funny”, dice con una gran sonrisa, mirando mi rostro enrojecido. Nos separarnos, pero uno de sus primos aprovecha y le extiende la mano para que continúe bailando con ella.

Acostado en la cama pensé en ella con la brisa sacudiendo el mosquitero y acurrucándome entre las sábanas. Es bella, es linda, que no se vaya, que estudie en Bluefields para verla en el barco todos los días, que se quede por siempre, y así, en la oscuridad de la noche, la fui pensando hasta verla caminar por el andén azul, florecido a sus lados de brujitas blancas, rosadas y amarillas, con su pelo al vaivén de la brisa proveniente de la playa de El Tortuguero y entregándome su mano para caminar a su lado, escuchando su voz de gringuita encantadora al ritmo de sus pasos largos, en un ir y venir sin fin por el andén multicolor.

 

11/10/2023

Foto: Internet.

jueves, 28 de septiembre de 2023

ATRAPANDO EL FUTURO



Los fines de semana eran nuestros preferidos.

Dos días, sábados y domingos, para disfrutarlos.

 

Aunque mirábamos pocas películas de ciencia ficción,

para nosotros todo era posible.

 

Nuestras bicicletas, de freno trasero que llamábamos vacas,

eran nuestros cohetes espaciales.

 

Acostados en la grama del parque de la loma,

por las noches nos perdíamos en el cielo estrellado.

 

Estrellas fugaces y lluvias de dracónidas,

nos encontrábamos en nuestra travesía espacial.

 

Bicicletas que transformábamos en nuestros caballos heroicos,

Tornado, Trigger, Tuper, Diablo y Loco.

 

Con ellos cabalgábamos en el oeste de nuestra infancia,

íbamos a la loma del faro y alzábamos polvo por la carretera.

 

Nos llevaban a todos lados, laderas, lodazales y suampo,

competíamos en la playa hasta la segunda laguna.

 

Cansados nos tirábamos al suelo, grama, arena, piedra,

soñando siempre con nuestras aventuras.

 

Me di cuenta de que eran solo mis piernas y pulmones,

piernas y brazos dirigiendo, pequeños y poderosos pulmones para gritar.

 

Esos gritos luego se convertirían en canción,

ya no eran caballos, mis piernas estaban cansadas.

 

Los gritos se calmaron y solo hablamos,

con las bicis nos sentábamos y encontrábamos en la plática.

 

Los tesoros que buscábamos y no lo sabíamos,

el oro estaba hecho de planes para el fin de semana.

 

Cada uno tenía ideas y pensamientos diferentes,

pero los teníamos y estábamos seguros como leones.

 

Con voz infantil y segura en la inmensa quietud de la península,

lo que nos sucedería después estaba muy lejos.

 

Allí, descansando acostados en la grama de playa, algo intuíamos,

atraparíamos el futuro sin importar lo rápido que ocurriera.


25 de Septiembre de 2023.

Foto: Internet.

 

jueves, 21 de septiembre de 2023

LA PLAYA DE LOS RECUERDOS

 



Bajo el cocotero, un hombre solitario,

en la playa, observa el horizonte incierto,

línea que enlaza el mar y el cielo a diario,

en su mente, recuerdos que aún no han muerto.

 

Aves marinas danzan en su vuelo,

barcos hacia las Islas del Maíz se deslizan,

a la derecha, el faro, sus ojos como anhelo,

a la izquierda, la playa, que sus sueños eternizan.

 

Recoge conchas, con destreza las esculpe,

sus pensamientos, como mareas, lo atrapan,

en la playa del caribe donde el amor irrumpe,

historias de pasiones que no se privan.

 

Recuerda el festejo a la virgen del Carmen,

las almas que en el mar se desvanecieron,

mujeres bellas y sus amantes bajo luna llena,

entre icacos y uvas de mar se vieron.

 

Bajo sombra del cocotero, calla su lamento,

en esta playa, sus recuerdos persisten,

un hombre solo con sus pensamientos,

atrapado por una época que aun resiste.

 

17/09/2023

Foto Propia: Playa de El Bluff.