Veo a Martín Palacios, el técnico
que repara televisores, desde la acera de la cerrajería, calle de por medio. Es
una mañana lluviosa. La lluvia pasa de un chischís a un vendaval en un instante,
provocando una corriente furiosa que busca su cauce.
Los vehículos, taxis,
camionetas, buses y camiones, que giran por la esquina, tocan el pito
furiosamente por el atasco que provocan los que están mal parqueados en esa
calle de una sola vía. Los apurados desesperan y no dejan de pitar, pero al avanzar
hacen chirrear las llantas que me pringan de inmundicias y, al volver a ver, por
un segundo se plasma la sonrisa maliciosa del taxista en el espejo retrovisor
del vehículo.
Mojado y guarnecido desde la
cerrajería lo saludo. Cruzo la calle lo más rápido que puedo. Sostiene un equipo
oxidado de color plateado que reproduce CD, VCD y DVD, una reliquia que en hace
menos de una década era lo último del mercado para ver películas originales y
pirateadas.
¿Y el televisor? ¿Cuándo?, pregunto.
Hice todo lo que pude, no tiene reparación, contesta. Cubre el
viejo reproductor bajo su camisa por la llovizna.
Descartado, entonces.
No hay nada que hacer. Ni aquí encontré los repuestos, dice
invitándome a observar por la pequeña puerta.
Un hombre que lleva puesta una gorra
y usa lentes está sentado cerca de la puerta, al lado izquierdo, casi pegado a
la pared que no se distingue porque sobre las repisas de madera hay un desorden
total de materiales, repuestos y herramientas de trabajo. En una mesa que casi
no se nota, iluminado por una lámpara de tubo, le saca “la muela” a un
televisor y para ello le quita los tornillos que la sostienen
de la tarjeta con un desarmador.
Piezas de televisores, entre
ellos flashback, condensadores, fusibles, integrados, procesadores, memorias,
transistores, bobinas, tarjetas y miles más, así como pantallas de plasma, LCD
y LED, llenan los tres lados del tramo, desde el piso hasta la altura del techo,
y lo impregnan con el color gris de la tecnología. El aroma es denso, profundo
y casi rancio por la aglomeración de tantas piezas donde el aire solamente entra
por la puerta desde la que me encuentro observando.
¿Y qué hago con el televisor?, pregunto.
Yo se lo compro, dice el hombre del tramo.
Aquí está el negocio, dice Martín y se despide de prisa
evitando que se moje el viejo reproductor.
¿Lo puede reparar?
Antes, cuando comencé con mi
pequeño taller de reparación de radio y televisión, lo hacía. En esa época se conseguía
el repuesto que se necesitaba para reparar un televisor, un radio o un equipo
de sonido. Las casas comerciales de repuestos comenzaron a desaparecer, había escasez
de repuestos y si lo encontraba eran carísimos, no lograba reparar nada, me
estaba quedando sin trabajo, acumulando y acumulando encargos hasta que un día comencé
a comprar todo lo que estuviera dañado, sin funcionar, sin que otros lo pudieran
reparar, y comencé a quitarle las piezas que necesitaba para cumplir mis
compromisos.
Así como me ve, soy una persona seria, chontaleño de cepa, de Santo Domingo,
Chontales, de la familia Meneses, ¿tal vez usted ha escuchado de ellos?, pues
yo soy Daniel, familia de los Meneses de Juigalpa, de Renato, Rene, Ramón
y de Robín, todos ellos honrados y trabajadores, dedicados a lo suyo.
En este trabajo, ni más ni menos
que un serio compromiso con todas las familias de Nueva Guinea, he pasado
laborando desde los hace ya 20 años que me vine para estas tierras de esperanza
y progreso, donde sólo se sale adelante con dedicación y esmero, y los que
quieren volverse ricos de un zarpazo siempre terminan endeudados, sin negocios y
huyendo de sus perseguidores.
Por ese compromiso es que ve usted
que mi tramo está así de repleto de televisores viejos y modernos, en eso me
paso el día, sacando piezas, vendiéndolas a los técnicos que se encargan de
repararlos, técnicos como Martín, que tienen su tallercito o andan de calle en
calle, de barrio en barrio, de comarca en comarca y de colonia en colonia, ofreciendo
sus servicios y luego vienen aquí a buscar la pieza exacta para repararlos y
ganarse la vida de manera honrada.
Esto que hago es un gran servicio,
tanto para los pobres, como para los acomodados y ricos, porque con las piezas
que reciclo le resuelvo la tristeza que se siente en una casa cuando el
televisor está dañado. Imagínese usted a los niños sin poder ver los
muñequitos, la señora de la casa sin su novela preferida y al señor privándose de
su película de acción, Triple X o su ranchera preferida, una tristeza total dentro
de la casa y en el rostro de las familias
por falta de entretenimiento.
No sé, nunca he contado cuantas
piezas tengo en el tramo, no me ha dado la curiosidad, pero le puedo decir a
simple vista —Daniel hace un esfuerzo por voltearse y ver hacia atrás y a los
lados— que son miles de piezas las que tengo allí entre todos esos cachivaches,
por las que no me puedo quejar de falta de trabajo, menos ahora, porque trabajo
hay hasta de más y aun así no me gano ni un tercio de lo que me ganaba hace
tres años.
Aunque no lo crea, a todos nos golpea esta crisis y todavía falta lo
peor, pero no me desanimo, sigo en mi camino de pulguero, quitando piezas, vendiéndolas
y comprando televisores dañados.
Observo que afuera, a un lado de
la puerta, bajo el alero del techo, hay varias piezas de microondas y televisores acumuladas. La llovizna ha cesado pero los carros siguen frenéticos circulando
en dirección norte para girar hacia la calle del movimiento del mercado de
Nueva Guinea o al sector de la zona 5.
Esas piezas ya no me sirven, los
del camión se las llevan al basurero. Allí hay otros que recogen entre la
inmundicia lo que les puede ser útil para venderlo y sobrevivir, y después, a
los días, se aparecen con lo que de aquí se ha ido para allá, lo limpian, lo
dejan brillantito para venir a ofrecerlo. Aunque manipulo miles de piezas
ninguna se me pierde, reconozco todo lo que ha pasado por mis manos. Antes me
reía de ellos, pero ahora no, es que amigo, la vida da vueltas, nunca se sabe
lo que nos espera a la vuelta de la esquina, entonces pensando en eso, les
entrego unas piezas a precios bajos para que las vayan a vender y luego me den mi
partecita porque todos tenemos que vivir.
Una mujer se asoma por la puerta.
Dame veinte córdobas, dice.
Saca apurado dos billetes de a
diez de una gaveta y se los entrega. La mujer los toma y me sonrió. No sea mal
pensado, dice, yo le vendo a él.
Escucho que El Cerrajero me llama, ¡ya le hice la llave!, grita.
Mañana le traigo el televisor, le
digo a Meneses.
Está bien, aquí lo espero, responde.
Cruzo la calle con atención, sin
parpadear por los mal intencionados, y
pensando en el mundo de Daniel. Ahora comprendo porque Martín siempre dice que debe ir al mercado a buscar los repuestos para reparar los televisores, y que cuando dice que no tienen remedio, es que no lo tienen.
Definitivamente, mañana le llevo el televisor que está tirado en un rincón de la casa a Daniel, el pulguero de
televisores.
15 de Marzo de 2020.
Foto: Daniel Meneses.
Foto: Daniel Meneses.
Me gusta tu articulo, es una descripcion de la vida cotidiana del trabajo, del negocio, de los factores sociocultures de la gente de esta ciudad en el entorno del comercio y su dinamica.
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