Llegas a la orilla.
Saltas del cayuco —¡splash!—
y lo arrastras con esfuerzo
hasta vararlo entre las raíces del manglar.
Centenares de cangrejos azules y ojones
han hecho su hogar en los alrededores,
orificios de todos los tamaños, según
familia.
Cruzas la cuerda que llevas en la mano
entre troncos jóvenes y viejos,
tratando de asegurar ese medio pequeño
que te ha llevado, tantas veces,
de una orilla a otra,
con tus recuerdos y los míos.
Y dudando si quedó bien amarrado el cayuco,
lo compruebas una y otra vez,
como quien no confía ni en el nudo
ni en los días que lo alejaron del suyo.
Yo te observo, en silencio,
como quien mira al hermano que tuvo cerca
y ya no sabe cómo hablarle.
En todo —vida y mar—
navegas con calma y suavidad,
sin prisas, sin remordimientos,
sin grandes expectativas,
porque ya todo lo has dejado atrás.
Caminas en silencio
bajo la luz rosada del atardecer,
con los pasos pesados, lentos,
como si temieras que el suelo recordara
los juegos, las voces,
la infancia que compartimos.
Cuentas tus historias
como antes,
esas que te llenan de felicidad:
joven, guapo, valiente,
cosechando amores y promesas.
A veces callas, pensativo,
y de pronto lo dices todo de un golpe,
como un faro que lanza su luz al horizonte,
sin mirar si alguien la ve.
Un día decidiste ir por el mundo
en busca de la fe perdida.
Subiste montañas heladas,
navegaste ríos caudalosos,
alcanzaste tus sueños y anhelos
y un amor siguió tu navegación errante.
Ahora es fácil seguirte:
vas cansado, solitario,
con pocos amigos,
alejándote cada vez más
en tu viejo cayuco,
como si olvidar fuera tu único destino.
Hoy, que los vivos prenden velas
y los muertos se asoman al recuerdo,
te pienso con la congoja
de quien vela lo que aún respira.
No has muerto, lo sé,
pero tu silencio me duele,
como si el mar te guardara
del otro lado de la luz.
Vuelves la mirada a la izquierda,
y allí estoy.
No dices nada.
Solo sigues el vuelo de una tijereta
que busca cangrejos en la orilla
con la fe que tú has perdido.
Sopla fuerte el viento,
el mismo que separa a los barcos del
muelle,
el mismo que aleja a los hermanos
sin razón ni despedida.
Y ambos, desde la muralla invisible que has
puesto,
flotamos durante el día,
bajo la tenue luz de los recuerdos.
1 de noviembre de 2025.
Foto: Sergio Orozco Carazo

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