Hoy te vi, papá.
No te estaba buscando.
Un video cualquiera, un muelle en Utila,
gente moviéndose, voces, sal marina.
Y de pronto tu figura, quieta,
mirando el hundimiento del Halliburton 211,
un barco viejo,
como quien observa el paso del tiempo.
Me detuve.
El corazón golpeó fuerte,
como si recordara algo que el cuerpo ya
sabía.
Pausé la imagen.
Corrí a llamarla:
—¡Es mi papá!
Y al mostrarte, ella lo confirmó sin dudar:
la postura de tus hombros,
esa manera de pararte en silencio,
miro y sé.
Sentí alegría primero,
como si el aire se hiciera más liviano.
Después vino la lágrima,
lenta, testaruda, inevitable.
No te veía así desde 1999,
cuando el cielo se cerró sobre el avión
que te llevaba de regreso a mí.
A veces sueño con vos.
Navegabas en un cayuco entre los Cayos,
yo en sentido contrario.
Nos cruzamos, levantaste la mano,
y dijiste adiós.
Me desperté con la ausencia
sentada en mi pecho.
Una noche escuché tu voz llamándome,
clara, como cuando me buscabas en el patio.
Vivía solo.
La casa entera se estremeció.
Hoy, al detener ese cuadro,
en el minuto 18:06 sentí que regresabas.
No como fantasma,
sino como hombre vivo,
respirando brisa del Caribe,
mirando mar, madera, óxido y espuma.
Hay algo extraño en esto:
se ensanchan los recuerdos,
se aflojan las grietas del corazón,
se abre una puerta pequeña,
justo donde duele.
Ahora ya no serás solo foto quieta
enmarcada por el tiempo.
Te veré caminar, girar la cabeza,
cruzar palabras con otros hombres en el
muelle.
Te veré al hundirse el barco,
pero vos flotarás en la memoria que
insiste.
Hoy te vi, papá,
y te quedaste un poco más conmigo.
25 de octubre de 2025.
Foto: Internet

Duele leer este poema, casi todos tenemos a alguien que deseamos que regrese
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